EDUARDO ÚRCULO
(...) comprendieron que un hombre de verdad es un fenómeno tan raro como una mujer de verdad. Un hombre que no necesita demostrar nada a los demás con palabras altisonantes ni con su espada, que no necesita cantar como un gallo, que no pide más ternura que la que él mismo es capaz de ofrecer, que no busca ni a una madre ni a una amiga en las mujeres, que no quiere refugiarse en los brazos del amor ni detrás de las faldas de las mujeres; un hombre que únicamente desea dar y recibir, sin prisas, sin ansiedad, porque ha entregado toda su vida, todas sus energías, todas las luces de su mente y todos los músculos de su cuerpo a la atracción de la vida misma: ese tipo de hombre es un fenómeno verdaderamente rarísimo.
SÁNDOR MÁRAI, La amante de Bolzano.
No es mi intención abrir debate sobre qué es un hombre de verdad, lo que no quiere decir que si alguien lo desea pueda ir por estos derroteros en su comentario. Sí diré que he seleccionado este fragmento porque estoy lo suficientemente de acuerdo con lo que dice como para que me haya llamado la atención y ahora inicie esta reseña.
La descripción de Márai sobre esta rara avis que es el hombre verdadero, me sirve como nexo de unión a la reseña puesto que, la traigo aquí, para hacer referencia a los personajes literarios y, en concreto, a Herzog.
¿Qué le pido a un personaje literario (y también al conjunto de la historia)? Le pido autenticidad. Le pido que me resulte creíble, que no quiere decir real, la trama puede ser de ciencia-ficción pero tengo que entrar en ella y creérmela.
¿Qué me ha pasado con Herzog? que no me ha resultado un hombre de verdad, lo he mirado siempre desde la extrañeza y la distancia, siempre desde fuera, no ha logrado atraerme como para entrar en su vida, empatizar con él e interiorizarlo, hacerlo mío. No me gusta usar las negritas ni subrayados de términos cuyo objetivo es señalarle al lector lo que considero ideas clave, sin embargo en este caso lo hago porque no quiero alargarme en exceso y es una manera, si se da el debate en los comentarios, de subrayar mi opinión.
Y sin más aclaraciones entró en la reseña...
SAUL BELLOW, Herzog.
Esta novela fue la primera propuesta de lectura
conjunta que acepté. Estaba leyendo ya la novela de Joël Dicker y durante unos
días anduve con las dos a la vez. Nunca leo dos novelas juntas porque me
interfieren las historias y no me gusta. Sí hago compatible, sin ningún
problema, la lectura de una novela con poesía o con ensayos.
La novela tiene 431 páginas y el título es el
nombre del protagonista, Moses Herzog (en la fotografía hay un despojo marino
encima de la tapa porque no había manera de que no se levantara).
Saul Bellow (1915-2005) es un escritor
estadounidense de origen judío. Estudió en la Universidad de Northwestern y fue
profesor de la de Chicago.
Bellow recibió numerosos premios entre los que
destacó el Premio Pulitzer por El legado
de Humboldt (1975) y tres meses más tarde le concedieron el Premio Nobel de
Literatura (1976).
Herzog fue escrita en 1964 y algo del trasfondo de la época, de guerra fría, aparece por los resquicios de una historia que está totalmente centrada en su protagonista (parece que algunos críticos señalan que tiene elementos autobiográficos).
Incesantemente, mantenía abierto hacia el mundo exterior un rincón de su mente. Oía los cantos de los gallos mañaneros. Su áspera llamada resultaba deliciosa. Al anochecer, (…) escuchaba los cantos de los tordos. Por la noche, se oía a una lechuza en el granero. Cuando excitado por una de sus cartas mentales, se paseaba (…) por el jardín, veía los rosales que se enroscaban por el tubo de desagüe o los pájaros que gorjeaban en la morera. Los días eran cálidos, y a última hora se ponían enrojecidos y polvorientos. (…) lo miraba todo con gran atención pero le parecía estar medio ciego (p. 10).
Moses Herzog se encuentra en un momento crítico de su vida, desde el punto de vista personal, sufre un segundo divorcio bastante agitado puesto que su mujer mantiene una relación sentimental con su mejor amigo. Pero no solo su vida personal se tambalea, ocurre lo mismo con su vida profesional y con su manera de entender la vida. En una actitud de huida hacia adelante escribe cartas mentales (que el autor las anuncia con letra cursiva) que nunca envía a nadie pero que nos muestran a una persona poliédrica pero, a la vez, confusa y derrotada al no saber cómo encarar todos los problemas que le sobrevienen con su divorcio.
En toda comunidad hay una clase de gente profundamente peligrosa para los demás. Y no me refiero a los criminales. Para ellos tenemos castigos. Me refiero a los dirigentes, a los jefes. Porque, invariablemente, la gente más peligrosa es la que trata de tener el poder en sus manos. Y mientras, hirviendo de indignación, los biempensantes ciudadanos se retuercen el corazón porque nada pueden hacer para cambiar las cosas (p. 74).
Por otro lado su relación con las mujeres participaba de esta crisis existencial que le impedía salir del caos de resentimiento que lo destruía.
El espejo de la máquina tragaperras le revelaba a Herzog lo pálido que estaba y, en general, su aire de mala salud. Contemplando su pobre aspecto, Herzog se sonreía de su propia vida, de Herzog la víctima, de Herzog el aspirante a amante (…) (p. 138).
Aunque la novela gira en torno al protagonista, Bellow construyó una multitud de interesantes personajes secundarios que relajan, a veces con cierto humor, la angustia de Herzog.
El estilo de Bellow es realista y sin trucos formales aunque sus personajes transitan entre lo heroico y lo esperpéntico y dibuja al hombre de ciudad perdido y confuso.
Empezaba a ver que su especial clase de miopía para las cosas de la vida, su falta de realismo y su aparente ingenuidad, le daban una cierta categoría (p. 201).
Sin embargo Bellow escribe desde una época y un momento que han desaparecido, escribía para una clase media cultivada y erudita que hoy es dudoso que exista. Es posible que sea esta escritura y estas historias tan ligadas a una época determinada y a un país como EUA lo que hace difícil empatizar con Herzog. El hecho de que sea un personaje que se mueve continuamente, que cae y se levanta, vuelve a caer y vuelve a levantarse, lo que me ha distanciado de él, dedicándome a observarlo como si fuera un bicho raro. También esa manera de escribir desde su condición de judío no acaba de convencerme. Por cierto, se posicionó en contra de Hanna Arendt cuando publicó Eichmann en Jerusalén, diciendo de ella que era una mujer vanidosa, rígida y dura, cuya comprensión de lo humano resulta limitadísima.
Pese a los aspectos que no me han convencido, siempre encontraba algún fragmento que me retenía para seguir leyendo.
Pese a los aspectos que no me han convencido, siempre encontraba algún fragmento que me retenía para seguir leyendo.
Y en mí hay terribles fuerzas, incluidas la capacidad de admiración o de elogiar, energías, incluida la de amar, que me han sido muy perjudiciales, y que han hecho de mí un idiota porque no he sabido dominarlas (p. 411).
Aunque no ha sido una novela que me haya enganchado, quizás el iniciarla con la lectura de otra no le ha favorecido, es una obra con virtudes que la hacen recomendable.
Imágenes, excepto la portada del libro, tomadas de google.