viernes, 26 de diciembre de 2014

“TOP TEN”: LECTURAS 2014

GERARD RICHTER 

Es posible que el título os lleve a pensar que voy a hacer la lista de Lo mejor del Año al estilo del Top Ten de The New York Times, aunque sin su repercusión ni influencia dada la talla de este espacio. No tengo la intención de elegir los cinco mejores libros de ficción y los cinco de no ficción como hace tan reputado periódico. De hecho, si no recuerdo mal, solo un año, de los que llevo al frente de esta bitácora, he hecho la lista de las mejores lecturas del año, sin embargo me salieron diez autores/as destacadas y no me resistí a utilizar ese título para encabezar esta cavilación sobre mis lecturas del 2014. Este año ha sido especial en cuanto a autores y autoras que he leído y sin pretender recomendar, me atrevo a intentar seducir, persuadir e inclinar a la lectura. 

Nunca imaginé que la lectura de Retrato del artista adolescente de JAMES JOYCE a principios de año me iba a arrastrar a leer toda su narrativa, a falta de la poesía y la obra de teatro Exiliados. Junto con Joyce he desembarcado en otros grandes escritores modernos como MARCEL PROUST, THOMAS MANN, VIRGINIA WOOLF (en este caso relectura de una obra leída casi al completo de veinteañera) o FERNANDO PESSOA. He recalado en el escalofrío de escritores de entreguerras como STEFAN ZWEIG o JOSEPH ROTH (este último descubierto también este año) y en autores que vivieron el otro lado del telón de acero como el checo BOHUMIL HRABAL o la húngara AGOTA KRISTOF. No quiero olvidar, por último, otra relectura y una joya de la literatura: Pedro Páramo de JUAN RULFO. 

Casi todos los autores/as seleccionados podrían haber hablado, y hablan, de política, pero no fue esa su obsesión sino el universo humano y lo que sucede en su interior, todos los avatares que dan sentido e intensidad a la vida. Dice el escritor rumano, Norman Manea, que no cree que la literatura y el arte tengan influencia en los dirigentes políticos, pero que pese a ello la belleza sigue siendo necesaria, nos trae momentos de felicidad, de éxtasis, nos estimula… Incluso es posible que, algunas veces, el arte pueda estimular la solidaridad humana para que se sobreponga a las diferencias, pero es el individuo, ser débil y complicado, quien tiene el potencial para el cambio; en él está la bestialidad y la belleza.

viernes, 19 de diciembre de 2014

FRED UHLMAN, Reencuentro.

Tenía esta obra en mi estantería de libros leídos desde hacía tiempo, tras leer el segundo volumen de Proust busqué una lectura breve y, a poder ser, intensa y pensé en releer Reencuentro. La leí de un trago.


¿Reencuentro con quién? Con un amigo de la adolescencia, en realidad no es reencuentro, es saber qué había sido de él tras muchos años de ignorar su destino. Se trata de una obra breve de 122 páginas en una edición de letra grande que compre en una librería de segunda mano con el nombre, para mí desconocido, de su primer comprador y el año en que la compró, o leyó, 2008.
Fred Uhlman nació en Stuttgart, Alemania, en 1901, murió en Londres en 1985. Estudió Derecho y siendo ya un abogado de ideología socialdemócrata huyó de Alemania en 1933 por su origen judío. Desde esa fecha residió en París, posteriormente pasó a España en 1936 y  conoció a una mujer inglesa, Diana, con la que se casó, instalándose en Londres. Se dedicó a la pintura pero se hizo famoso como escritor, especialmente con Reencuentro (1960), su primera novela.


No estamos ante una novela autobiográfica aunque contiene elementos característicos del género, ya que se basa en la propia vida de Uhlman, como el ambiente del famoso Eberhard-Ludwig Gymnasium, institución de enseñanza media en que transcurre gran parte de Reencuentro y donde se educó Uhlman. Contribuye a esta sensación de autobiografía que el narrador en primera persona es Hans.
 Y así pasaron los días y los meses sin que nadie perturbara nuestra amistad. Desde fuera de nuestro círculo mágico llegaban rumores de conmoción política, pero el ojo de la tormenta estaba lejos: en Berlín, donde, según las informaciones, se producían choques entre nazis y comunistas. Stuttgart parecía el lugar tranquilo y sensato de siempre. Es cierto que de cuando en cuando se producían pequeños incidentes. Aparecían svásticas en las paredes, hostigaban a un ciudadano judío, apaleaban a unos pocos comunistas, pero la vida en general se desarrollaba como de costumbre. Los Höhenrestaurants, la Ópera, los cafés al aire libre estaban abarrotados. Hacía calor, los viñedos estaban cargados de uvas, y los manzanos empezaban a encorvarse bajo el peso de la fruta madura (p. 45).

Hans y Konradin, dos jóvenes de dieciséis años que se conocen en la escuela secundaria, se convierten en amigos inseparables pese a la distancia social que existe entre ellos y algo más. Konradin pertenece a la rica y selecta aristocracia prusiana mientras Hans pertenece a la clase media, su padre es médico, y además es de origen judío. Se conocen en febrero de 1932, año en el que el Partido nazi logró, por sus resultados electorales, llegar finalmente al poder en 1933 cuando Hitler fue nombrado Canciller. El trasfondo histórico de esta amistad es lo suficientemente importante como para que influya de manera decisiva en ella, se produzca el distanciamiento entre ambos y Hans marche de Alemania pocos días antes de la llegada al poder de Hitler, un año después de que conociera a su amigo.
El amor del autor por la región de Württemberg, a la que pertenece el lago de Constanza y la Selva Negra, está presente e ilumina de poesía muchas páginas de Reencuentro.
Esta obra recuerda a Paradero desconocido de Kressmann Taylor aunque sin el dramatismo y la intensidad de esta. Sin embargo es lo suficientemente explícita para comprender cómo el antisemitismo, y el fanatismo en el que se inspiró el nazismo, envenenaron las relaciones personales apasionadas tan propias de la adolescencia.
Una curiosidad: la mención a la Duquesa de Guermantes que aparece en esta obra y también en la obra de Proust que acababa de leer. Esas pasmosas coincidencias que, muchas veces, nos reserva la lectura.


viernes, 5 de diciembre de 2014

MARCEL PROUST, A la sombra de las muchachas en flor. En busca del tiempo perdido II

La lectura de esta monumental obra en siete volúmenes la inicié en el mes de junio pasado con Por la parte de Swann acompañada de Marcelo Z y de Carlos. El ritmo de Marcelo Z ha sido mucho más rápido puesto que ya ha reseñado el cuarto volumen, Sodoma y Gomorra, mientras que Carlos y yo apenas hemos terminado con el segundo volumen.
La labor de la causalidad que acaba surtiendo casi todos los efectos posibles y, por consiguiente, también los que lo eran –según habíamos creído- menos es a veces lenta, retardada un poquito más aún por nuestro deseo, que, al intentar acelerarla, la obstaculiza, por nuestra propia existencia, y no llega a su término hasta que hemos cesado de desear y a veces de vivir (p. 57).

En esta ocasión el título de esta obra está relacionado con el grupo de muchachas que conoce el enfermizo protagonista mientras veranea en el balneario  de Balbec. La novela es algo más extensa que la anterior puesto que tiene 619 páginas.
Este segundo volumen está dividido en dos partes, A propósito de la Sra. Swann y Nombres de países: el nombre, siendo más breve la primera parte, que llega hasta la página 255, que la segunda.


En este volumen el narrador, al igual que en el primero, es omnisciente ya que conoce todo sobre la historia. De esta manera va  exponiendo y comentando las actuaciones de los personajes y los acontecimientos que se van desarrollando en la narración.

En A propósito de la Sra. Swann, Proust enlaza con el anterior volumen y muestra el enamoramiento del doliente Marcel respecto de Gilberte, la hija de los Swann. A través de acontecimientos vividos por los personajes, especialmente del protagonista, el narrador describe, de forma profusa y reiterada, elementos psicológicos de la naturaleza humana, sobre todo aspectos del amor o sobre su pérdida y aprovecha para abundar en los pensamientos más íntimos que, según supone, cruzan por la mente de los personajes principales, sus estados de ánimo y sentimientos. Marcel tiene la fórmula para afrontar el desamor de su amada: fingir indiferencia hacia Gilberte para atraerla. No solo no logrará su objetivo sino que la indiferencia de él acabará siendo una realidad.
La mirada investigadora, ansiosa, exigente que dirigimos a quien amamos, nuestra espera de la palabra que nos infundirá o nos disipará la esperanza de una cita para el día siguiente y –hasta que dicha palabra sea pronunciada- nuestra imaginación alterna –ya que no simultanea- de la alegría y la desesperación hacen que nuestra atención ante la persona amada sea demasiado trémula para que pueda obtener una imagen bien nítida de ella.
Cuando amamos, el amor es demasiado grande para poder mantenerse enteramente dentro de nosotros; irradia hacia la persona amada, encuentra en ella una superficie que lo detiene, lo obliga a volver hacia su punto de partida, y ese choque de retorno de nuestra propia ternura es lo que llamamos los sentimientos del otro y nos encanta más que a la ida, porque no reconocemos que procede de nosotros (p. 79).

Nombres de países: el nombre, transcurre en el balneario de Balbec, Cabourg, a donde acude el protagonista con su abuela para recuperarse de sus dolencias. En ese pequeño cosmos de nobles y burgueses que descansan, de su descansada vida, durante el verano, Marcel conocerá a diversos personajes entre los que destacan las muchachas en flor. Se enamorará de todas, especialmente de una, Albertine. Tiene los primeros contactos con el arte, y el acto creativo, al conocer al pintor Elstir y logra la amistad del joven Saint-Loup (¿ese nombre tiene doble lectura?), lector y estudioso del precedente del anarquismo, Proudhon, y de Nietzsche con el que también se emborracha y divierte algunas noches.


Toda la novela es una reflexión sobre los senderos de la memoria por donde van desfilando recuerdos, momentos vividos, impresiones y también, porque no, posibilidades de un futuro ya sabido por el narrador. Este párrafo, que es más largo y que os recomiendo que leáis en toda su extensión, es extraordinario y por ello deseo resaltarlo. Es, por otra parte, una versión mejorada del pasaje de la famosa magdalena:
(…) los recuerdos amorosos no son una excepción de las leyes generales de la memoria, regidas, a su vez, por las –más generales- de la costumbre. Como ésta lo debilita todo, lo que mejor nos recuerda a una persona es precisamente lo que habíamos olvidado (porque era insignificante y lo habíamos conservado, así, con toda su fuerza). Por eso, la mejor parte de nuestra memoria esta fuera de nosotros, en una ráfaga lluviosa, en el olor a cerrado de una habitación o en el de una primera llamarada, donde quiera que recuperemos de nosotros mismos lo que nuestra inteligencia –por resultarle inútil- había desdeñado, la última reserva del pasado, la mejor, la que, cuando todas nuestras lágrimas parecen agotadas, sabe aún hacernos llorar (p. 260).

Su prosa es delicada, perfeccionista y describe con extrema lentitud y parsimonia cada uno de los acontecimientos de la vida privada de sus personajes, esta cualidad se convierte, a menudo, en una involuntaria desconexión de la lectura causada por el aburrimiento. Esas desatenciones provocadas por el tedio tienen el peligro de que nos pasen inadvertidas reflexiones extraordinarias y brillantes que, como si fueran fogonazos, aparecen aquí y allá.

Hay un cierto trasfondo histórico pero es secundario, Proust nos sitúa en un ambiente social que parece inmune a los cambios económicos propiciados por la II Revolución industrial y el duro colonialismo francés. Nada dice del clima social de represión contra la izquierda, especialmente contra el anarquismo de acción de finales de la centuria, aspectos todos ellos que conducen a la Gran Guerra sin que parezca que sus protagonistas se percaten ni les afecte. Las notas del caso Dreyfus nos revelan que el ambiente en que se mueve Marcel, como la mitad de los franceses de la época, es claramente antisemita y chauvinista, especialmente entre la aristocracia, y nos sitúa con claridad a finales del siglo XIX, momento en el que Proust había superado la treintena mientras que el Marcel de la novela es veinteañero.


El balance de la lectura de este segundo volumen nos pone ante la tesitura de abandonar esta aventura de tamaño colosal, no cerramos la posibilidad a una continuidad posterior pero dejaremos pasar unos meses, eso seguro.

viernes, 28 de noviembre de 2014

TAN TWAN ENG, El jardín de las brumas.

Cuando en el mes de agosto comenté mi decepción tras la lectura de Rosa candida de Audur Ava Ólafsdóttir, Agnieszka, del blog “Si no leo, desespero”,  me hizo el siguiente comentario: Si te apetece leer sobre jardines, aunque sin rosas, recomiendo “El jardín de las brumas”.
Mi interés por los jardines es meramente estético y me atraen por sus flores, especialmente si hay rosas, sin embargo no podía desatender la recomendación de Agnieszka y me hice con una edición de bolsillo.


La novela tiene 507 pág. y una nota del autor, en total 510 pág. Su título hace referencia al jardín que Nakamura Aritomo, que había sido jardinero del Emperador de Japón, crea en Yugiri, Malaya, en una zona montañosa en la que las brumas se espesaban y borraban las montañas…
Unas (…) montañas donde la respiración de los árboles se convierte en bruma, donde la bruma colma las nubes y cae sobre la tierra de nuevo en forma de lluvia, donde la lluvia es absorbida por las raíces en las profundidades de la tierra y vuelve a prolongarse como vapor a través de las hojas treinta metros por encima del suelo (p. 160).

Tan Twan Eng nació en 1972 en Penang, Malasia. Estudió Derecho en Londres  y  trabajó como abogado en un gabinete jurídico de Kuala Lumpur, hasta dedicarse por completo a la escritura. Aficionado a las artes marciales, es primer dan en aikido. Su primera novela, El don de la lluvia (2008) fue nominada para el Man Booker Prize en 2007. Con El jardín de las brumas volvió a ser finalista de este premio que elige el mejor libro del año en lengua inglesa, en su edición de 2012. Ha sido galardonado con el Man Asian Literary Prize, premio al mejor libro escrito por un novelista asiático.


La novela gira alrededor de la exquisitez del diseño de los jardines japoneses, por tanto la belleza y el arte, entremezclado con la capacidad para la violencia de los soldados japoneses durante la II Guerra Mundial cuando ocuparon una parte importante del sudeste asiático. Guerra, arte, memoria, recuerdos…
La práctica del diseño de jardines había surgido en los templos de China, donde el trabajo lo realizaban los monjes. Se creaban jardines para acercarse a la idea del paraíso después de la muerte. En Sakuteiki se hacía referencia más de una vez al Monte Sumeru, el centro del universo budista, y yo comencé a comprender por qué tantos jardines de los que había visto en Japón tenían una formación rocosa distintiva como característica central. Las montañas dominaban los paisajes geográficos y emocionales de Japón y, a través de los siglos, su presencia había perpetrado en la poesía, el folclore y la literatura (pp. 131-132).

La posguerra no significó la paz para Malasia puesto que hubo guerrillas comunistas que trataron de hacerse con el poder y, por otro lado, los nacionalistas malayos luchaban por la autodeterminación.
En un trasfondo tan complejo, dos personajes protagonizan la novela: Aritomo, el jardinero del Emperador, y Yun Ling superviviente de un campo de prisioneros japonés, ambos logran una compenetración llena del misterio envolvente de su pasado. Es ese misterio, adobado debidamente por la providencial lentitud de la narración cuando se trata de escritores asiáticos, la que ha estado a punto de provocarme el aburrimiento en la primera mitad de la novela. Luego, cuando se van desvelando los interrogantes que como lectora, guiada por el autor, me iba planteando, la novela cobra un ritmo y una intensidad que a mis ojos la hacen una obra notable. Resultan interesantes los diversos personajes secundarios y el espacio geográfico, la selva como amenaza, etc.


He disfrutado con aspectos desconocidos para mí como el arte de los jardines, el de los ukiyo-e (entre los que menciona La gran ola de Kanagawa, de Hokusai), el de los tatuajes (en realidad horimonos), la manera de ver la vida de quienes se consideran taoístas (esta algo más conocida para mí), la crueldad extraordinaria en los campos de trabajo japoneses o las referencias a un país desconocido para mí como Malasia.


El autor es un buen narrador, tiene una escritura con elevadas dosis de lirismo que no le impiden tratar aspectos de violencia y la conversión de los presos de los campos de trabajo en esclavos y las mujeres más jóvenes y hermosas en esclavas sexuales. Los momentos en que describe el paisaje, las emociones íntimas y la concentración que Aritomo pone en práctica, por ejemplo, cuando practica el tiro con arco, son las más poéticas y en las que el tiempo parece suspenderse. 

viernes, 21 de noviembre de 2014

NEOLIBERALISMO Y CINE: DOS DÍAS, UNA NOCHE de los Hermanos Dardenne (2014)


Sandra (Marion Cotillard) dispone de un fin de semana para convencer a sus compañeros/as de trabajo para que voten por el mantenimiento de su puesto de trabajo a cambio de que ellos renuncien a cobrar la paga extra.
Asistimos a partir de ese momento a una auténtico martirio, un tobogán de emociones  que siente una mujer, con apariencia frágil, que ha sufrido una depresión de la que no se ha acabado de recuperar. Cuando intenta reincorporarse a su puesto se encuentra con que el empresario de la pequeña empresa en la que trabaja ha planteado a sus compañeros/as el dilema de admitirla a cambio de renunciar a una paga extra que todos necesitan. Tras el fin de semana, dos días y una noche, se producirá la votación.


Sus apoyos, su pareja y una compañera de trabajo, la animan a luchar y Sandra recorre los diversos escenarios posibles de la crisis actual: urbanizaciones en el extrarradio que han quedado a medio construir, barrios deteriorados donde se hacinan los inmigrantes, barrios obreros acosados por la miseria…


Encontramos individualismo, consumismo, egoísmo y codicia. Y es que hoy se nos trata de convencer de que la culpa de todo la tienen los de abajo, las víctimas, los que pierden el trabajo, la vivienda, los que no pueden, ya no consumir, sino cubrir las necesidades más vitales. Este mundo es de los fuertes, los débiles deben sucumbir, neodarwinismo puro y duro.
Y mientras veía la película con el corazón en un puño, las reflexiones del filósofo coreano, asentado en Alemania, Byung-Chul Han, me venían a la mente porque reflejaban lo que estaba viendo en la pantalla y lo  que ocurre a nuestro alrededor, si queremos verlo. El poder estabilizador de la sociedad neoliberal no es represor sino seductor, se invisiviliza y desaparece como oponente, por eso resulta tan difícil resistirse y rebelarse. Sandra y sus compañeros/as se explotan a sí mismos, luchan contra sí mismos, si fracasan como Sandra, se cuestionan a sí mismos, no a la sociedad. Todos ellos se sienten libres y están convencidos que tienen capacidad de decisión y que esta es producto de su libertad. Ese sentido de la libertad hace imposible la protesta.


El poder estabilizador tiene una forma amable, se invisiviliza, y con ello se hace inatacable, porque la persona sometida no es consciente de su sometimiento. La opresión y la explotación son libres, no son impuestas, por tanto, Sandra acaba auto agrediéndose y siendo víctima de la depresión, el suicidio y el burnout (el agotamiento profesional).
La protagonista de la película, y sus compañeros/as, se ven arrollados por la competición de todos contra todos, se sienten solos, aislados, separados. La respuesta es aumentar la productividad, ser trabajadores modélicos, tener varios trabajos para sobrevivir y otras estrategias solitarias ya que la solidaridad y el sentido de comunidad se destruyen y se volatilizan.


La conclusión es humilde y trágica. Hoy no es posible cambio alguno, la utopía está muerta y es más imposible que nunca, solo la honestidad de la lucha solitaria nos salva del sometimiento y la dominación. Es solo mera resistencia estéril pero sin ella solo somos siervos, bueyes con un yugo que aspiramos a cambiar por otro pensando que somos libres al decidir el yugo que más nos conviene.

viernes, 14 de noviembre de 2014

JAMES JOYCE, Finnegans Wake.

Compendio y versión de Víctor Pozanco. 


Me decía Carlos, mi compañero fiel de lecturas con el que inicié la apasionada empresa de leer esta obra que contraviene, como dice el traductor Víctor Pozanco, las normas de la novela y la estructura lingüística de oración, frase y palabras:
“Y para los más osados de entre los mortales, no hay guía que indique el camino de salida de la isla Erín de Finnegans Wake, ciudad de Dublín, ni siquiera un plano de situación que marque donde está clavada la baldosa que soporta el peso de sus pies". 
La cuestión es que paseando adelante y atrás, frase más o frase menos, tres pasitos hacia adelante y dos del revés, a las cien consultas de internet no encuentro iluminación que valga ni ritmo que me asista. Por ello acabo por concluir que este libro es una feroz crítica en contra del nacionalismo más ñoño y pertinaz, que se refleja en la cultura inventada, en los museos que almacenan la historia en forma de huesos sin nombre, pero que carecen de recuerdos, en las obras de teatro subidas en los escenarios merced a modas y conveniencias, las otras, las que no sirven al interés general y a la pretendida pureza de la tierra madre, ALP (Anna Livia Plurabel= Mrs Ann Porter), sagrada e incapaz de alimentar a su prole. Y con cuatro versos escritos en gallego antiguo al fondo de un convento, tan manchado de cera el pergamino que podría contener cualquier vocablo o incluso tres significados el mismo vocablo, tanto que no se entiende ni poco ni bien, hacemos salir una nación desde el lomo de un gigante muerto en medio del océano, la dotamos de un idioma nuevo, común a los extintos Fenianos, Dananeos y Milesios estos tendentes a procrear mucho, bajo la bendición de la santamadreiglesia, que señala las normas de la conveniencia patriótica y marca las penas por vestir de cual manera o hacer el amor de tal otra, mientras las perolas apestan el barrio a col. Niña busca un marido que venga, que tenga y que convenga. Le dicen sus hermanos a la pequeña Isobel.


Imposible reproducir el diálogo que tuvimos ese día partiendo de este jugoso texto de Carlos. Ese día, y otros muchos, puesto que íbamos acordando el número de páginas que leíamos cada día, unas quince, que ya eran muchas debido al sobre esfuerzo de leer unas páginas en las que cada término podía tener una sobreacumulación de significados realizada a través de asociaciones semánticas, fónicas y morfológicas. Cada noche intentábamos descifrar el laberinto en el que Joyce nos metía y que en lo sustancial partía de que el ser humano es conflicto y que este carece de solución. Como buen representante del modernismo literario Joyce muestra la introspección a través de sus personajes estirando al máximo la “corriente de conciencia” ya expuesta en Ulises, es decir, el pensamiento traducido en palabras, torrentes de pensamiento que se desbocan como el río cuando se desborda y se sale del cauce. Finnegans Wake son epifanías, es decir, manifestaciones interiores del autor y del personaje, es como si hablaran a la vez interfiriéndose Joyce y el muerto resucitado Porter-Earwicker, de tal manera que en muchos momentos de la lectura la forma se adueñaba del contenido y ambos acabábamos perdidos y confusos sin saber qué estábamos leyendo. Carlos más que yo, que si no entendía no le daba más vueltas y seguía, indagaba buscando los secretos del libro retornando exhausto al camino. Un día de debates me dijo:
“Me parece que sin tu presencia, podría uno caer en la trampa y dedicar media vida a indagar y revelar los secretos de este libro. Más por reto que por interés. Y caer en el asunto de buscar transcripciones de sonidos del britónico a otras lenguas, o la influencia de Vico que era filólogo al parecer, o de Bruno, personaje fascinante, de esos que cayó bajo el hacha de Calvino, como Servet, lo que supuso un atraso de siglos para la ciencia. Los dogmatismos resultan peligrosos para los espíritus que se pretenden libres”. 
La versión de Pozanco es un compendio ya que el texto original son 628 páginas y esta versión tiene 286 incluyendo el prólogo y el epílogo, el texto “Dante… Bruno. Vico… Joyce” de Samuel Beckett. El título es ambiguo porque utiliza el nombre, Finnegans, un borracho irlandés, y una palabra, sin más, una palabra muy ambigua, Wake que significa: despertar, resucitar, excitar, velar un cadáver, velatorio, etc. Visto lo leído pueden ser todos los significados a la vez utilizados cuando le conviene al autor. Más allá de si es El despertar de Finnegans, Finnegans en su velatorio o El resucitar de Finnegans, parece cierto que Joyce pretende reflexionar alrededor del peculiar personaje que crea. 


El tema es la tragicomedia de la familia Porter, el padre apenas aparece con ese nombre sino con el que adopta en su sueño nocturno, Earwicker, en el que resucita tras morir para combatir a los enemigos, aunque no queda claro quién o quienes sueñan. A partir de este punto de partida la obra rompe con cualquier lógica formal ya que el emisor está ausente, no sabemos quién habla, si es Porter-Earwicker o el propio Joyce, un mismo personaje puede ser muchos y opuestos, no hay coordenadas espacio-temporales y un mismo acontecimiento puede ser contado desde ángulos diferentes. No hay discurso lineal y eso obliga al lector a un tipo de aproximación a la obra desde las sensaciones más que desde los significados, ya que en muchas ocasiones la redacción es ininteligible. Parece factible que Joyce deseara la implicación del lector/a interpretando lo más hermético o confuso y, así, hacernos partícipes de la creación.



Finnegans es además un personaje que viene de una balada popular irlandesa que cantan los borrachos. Finnegans es un obrero al que le gusta el alcohol, siente amor por éste, cae por una escalera y muere. Cuando está en el ataúd le echan whisky y resucita, whisky que significa “agua de la vida”. 

Si el tema es complejo y confuso, la forma lo es más aun y nos dejó estupefactos desde la primera línea que leemos que empieza en minúscula y dice: 
río que discurre, más allá de Adam and Eve, desde el recodo de la orilla a la ensenada de la bahía, nos trae por un comodius vicus de circunvalación de vuelta al castillo de Howth y Environs. 
Y trece líneas más abajo La caída: 
(¡ababadalgharaghtakamminarronnnkonnbronntonnerronntuonnthnntrovarrhounawnskawntoohoohoordenenthurnuk!). 

Tomando como referencia leyendas, mitos y cuentos populares, Joyce construye, o destruye para reconstruir, un texto lleno de acertijos en los que le gusta utilizar la técnica del calambur (figura retórica que consiste en la reagrupación de sílabas o palabras para dar lugar a otras con un significado distinto) y nombres hipogramáticos. Además el texto tiene sobreabundancia de símbolos y polisemias, homonimias, acrósticos, anagramas, homofonías, etc. El resultado es un texto tan complejo que nos podríamos detener en cada frase e intentar desvelar los misterios que esconde sin resultado, porque esta obra no es tanto de significados como de expresiones y de asociaciones fónicas. Joyce juega al despiste y desarrolla una obra crítica con la novela convencional y la estructura lingüística, una obra que encaja en el modernismo literario tanto por la mencionada introspección a través de los personajes como por el hecho de que los personajes son sexuados y tanto los órganos genitales como las experiencias sexuales ocupan un lugar relevante. Además desarrolla un sentido del humor hilarante que en ocasiones desencadena la carcajada y muchas veces más la sonrisa. 
Romero y Jodieta (p. 70).
Que, cuantas más cebollas pelas, más cebollino eres; cuantas más patatas, más patata; cuanta más carne, menos carnes. Y, por más vueltas que le des, menos tomates tienes que tu nuevo estofado irlandés (p. 83).
Un padrenuestro por sus truncas armenidades. Pobre tiesto que estás en los suelos, petrificado sea el pronombre que te tiró. Venga, ahora el Confiteor, pro indulgencia plenaria de tiestero, según el Debeaccionario, sancionado por los concejales de Trento (p. 222).
Complácenos sobremanera anunciar a la concurrencia de porterarios patricios que no hay nada más gengiskhante que una guiness gigante (p. 251). 


La primera referencia conocida de que Joyce había iniciado la escritura de Finnegans Wake es del año 1923 y la finalizó en 1939, dos años antes de su muerte. Joyce vivió circunstancias muy difíciles mientras escribió este libro, especialmente los dos últimos años: enfermedad e internamiento de su hija Lucía, depresión de su nuera y breve internamiento y dificultades para abrirse paso como tenor de su hijo Giorgio. Si era una situación complicada en lo personal, no lo era menos el contexto histórico europeo con el avance del fascismo en Europa, la desaparición o muerte de sus amigos judíos, y la necesidad de abandonar París cosa que logró en 1940, refugiándose en Suiza. Además quedó casi ciego y el final del Wake tuvo que dictarlo. Y ese capítulo IV es un premio a quienes hemos llegado a él pese a todas las dificultades, el más poético y bello, Carlos recomienda empezar la lectura por este capítulo: 

Que ése es el sueño que deseo sea mío. Lo garabateo y repaso como si fuese una párvula. (…) Que cuando tus holas me abandonan me alcanza el lodo. (…)Así que ahora compláceme. Derriba y reconstruye nuestramorosamorada y cohabitaremos respetablemente. (…) Nosotros solos ante el desnudo universo. (…) Pero no me cabe duda de que es por este camino por donde Vendrá un día. Y te mostrará cómo saltan las chispas entre el pedernal y el helecho a nuestro paso. (…) Esos amores de hortelano que plantamos. (…) De manera que yo también deseaba partir. Pese a todo. Un día estarás frente a mí, riendo y abanicándome con los forzosos reclutas de las ramas de tus sauces, para halagarme. Y yo me quedaré más quieta que el musmo. Y un día correrás hacia mí, rugiente, cómo una gran sombra negra y una penetrante mirada para penetrarme héroe mío. Y yo me quedaré helada rogando por el deshielo (pp 263-265). 
Nos quedan muchas cosas en el tintero, más dudas e interrogantes que certezas. Leer Finnegans Wake es una experiencia única, transitar por sus páginas es como aventurarse en una tormenta en pleno océano, zarandeados por el hermetismo y lo laberíntico del relato. No admite una lectura relajada y agradecida, sino un transitar confuso y abrupto que obliga constantemente a múltiples aproximaciones que con frecuencia acaban en un callejón sin salida. Pese a ello nuestro balance es positivo porque ha generado horas de debate, de búsqueda de información, de posibilidades, dada su circularidad, y de risas también. Además nos ha contagiado y hemos acabado recurriendo en más de una ocasión al calambur para comunicarnos entre risas.

viernes, 7 de noviembre de 2014

JULIO CORTÁZAR, ENORMÍSIMO CRONOPIO.

Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico. Edición de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga
No es un libro al uso, es el álbum de un cronopio, de un ser sensible, ingenuo, idealista, desordenado, bondadoso, heterodoxo y admirable. Es el álbum que alguien que amó mucho a Julio Cortázar, su compañera Aurora Bernárdez, ha seleccionado para componer este libro tierno y entrañable que me ha hecho pasar muy buenos momentos.


Se trata de un álbum, cada letra del abecedario tiene varias palabras que significaban algo o mucho para Cortázar. Esas palabras están ilustradas con fragmentos de sus obras, de sus cartas, de sus discursos o son textos inéditos. Y junto con la palabra, la imagen; muchas fotografías que muestran mil y un momento en la vida de este autor, desde circunstancias personales, literarias, políticas, hasta sucesos tristes, alegres, divertidos o comprometidos.

No me parece que sea un libro para conocer a fondo a Cortázar y su obra, pero eso es mi percepción, la de una persona que ha leído y admirado mucho a Cortázar. Este álbum me ha permitido reencontrarme con él y desear leer aquel cuento que tanto me gustó, Rayuela, escuchar jazz de su mano grande y generosa y quién sabe qué más. En definitiva, este álbum es una invitación, una bella e inteligente invitación a leer a Cortázar, a deambular por una vida vivida intensamente, llena de amistades, de amor y de compromiso político.

La celebración este año del centenario de su nacimiento ha permitido la publicación de algún texto, la reedición de algunas obras y este álbum que su primera compañera ha hilado con paciencia acompañada de Carles Álvarez Garriga que figuran como encargados de la edición. Aurora Bernárdez y Julio Cortázar vivieron juntos 14 años y compartieron afecto y amistad toda la vida ya que pese a que hubo otras parejas, el lazo que les unía fue irrompible y solo la muerte de Cortázar (Aurora se instaló en su casa para cuidarlo y acompañarlo), los separó.


Si amáis a Cortázar, este álbum os encantará, lo paladearéis como un delicado manjar y sentiréis las pulsiones de un hombre que vivió a su aire y que escribió con originalidad lo que su imaginación y creatividad le iban dictando.
Me ha costado mucho decidirme por un texto pero finalmente me he decantado por dos textos que hablan de la amistad y de dos amigos, Paco Reta y Sergio de Castro. El primero me emociona porque es lo que siento hacia tres personas que partieron, pero me recuerda lo que siento con un amigo con quien comparto una fuerte amistad pero que vivimos muy alejados, él casi en el fin del mundo peninsular.
Me habla usted de mi amigo muerto [Paco Reta]; pronto se cumplirá el primer año de su partida. Fuimos los dos tan hondamente camaradas, que ni siquiera la desnuda evidencia de su muerte ha podido alejar de mí la seguridad de su presencia constante. Ahora sé por qué mucha gente cree sinceramente que el espíritu de sus seres queridos alienta junto a ellos, permanece a su lado. (…) Así debe ser la amistad, ¿no es cierto? Ojalá que cuando me llegue el día, alguien me sostenga en su cariño, me perpetúe a través del afecto; será la prueba más honda de que no habré vivido en vano (p. 206)

El segundo me consuela porque en el momento actual me he distanciado de una amiga por el complejo momento político que estoy viviendo en el territorio en el que resido.
Mirá, si he andado muy lejos de vos estos años, ha sido por razones graves para mí. La primera, cuestiones de compromiso político, del que te sé ajeno, y que me distanciaban psicológicamente de todos aquellos con quienes no podía compartir a fondo un ideal que me sigue pareciendo lo más importante en mi vida de hoy y de mañana. No pretendo ni espero que los demás piensen como yo o hagan lo que yo trato de hacer (…).

Julio Cortázar es un cronopio inmensamente grande para mí, este libro es un recorrido emocionado por su obra y su persona. 

domingo, 2 de noviembre de 2014

FERNANDO PESSOA, Libro del desasosiego. LA RESEÑA IMPOSIBLE.

Esta obra la empecé a leer eligiendo los fragmentos que me atraían por su título o, simplemente, al azar. No fueron muchos los que leí de esta manera caótica pero es totalmente factible abordar así esta obra que es una especie de rompecabezas de fragmentos y más fragmentos que no componen en sí mismo un libro convencional. Solo por esa razón ya es difícil reseñarlo. Cuando opté por leerlo en orden decidí tomarlo en pequeñas dosis como si de poesía se tratara, de este modo me ha acompañado durante más de un año. Otra dificultad para reseñarlo. Sin embargo hace unos días, cuando me quedaban unas ciento cincuenta páginas, decidí dedicarle toda la atención y leerlo como libro principal. Pessoa me poseyó literalmente, me destrozó, me cautivó, absorbió mi pensamiento de tal forma que me dominó hasta el punto de sentirme dolida por el pesimismo, la inquietud y la incertidumbre que desprende. ¿Cómo reseñar desde el corazón doliente? Imposible.


El Libro del desasosiego tiene 574 páginas, un Apéndice y una Nota del traductor, Perfecto E. Cuadrado, que lo alargan hasta las 603 páginas. Su título refleja muy bien su contenido, es la voz de un hombre lleno de inquietud e intranquilidad que se acerca a una depresión profunda y tranquila, según sus propias palabras (p. 589).

Estamos ante una carga de profundidad hacia los sueños, son estériles e inútiles pese a que los ansiamos y deseamos. A través de estos 481 fragmentos y otros más largos, Pessoa crea un almacén de lo impublicable que puede sobrevivir como ejemplo triste (p. 591), un lugar casi físico, un refugio, para sus reflexiones sobre la relación entre verdad, existencia e identidad.

Pessoa es, tras su apariencia de pequeños burgués, un inadaptado a la realidad que, dramáticamente, rechaza soñar por su esterilidad. Y de esa insatisfacción destila la esencia de su ser, de su existencia, de sus decepciones, de sus proyectos fracasados, de sus utopías irrealizables, de sus penas y angustias. Este anti-libro está hecho de retales de tela que, como un patchwork, permite componer y descomponer muchas colchas diferentes.

Llevo meses reproduciendo fragmentos de los fragmentos y seguiré haciéndolo durante mucho tiempo, hoy solo este breve fragmento con el que empieza el ídem nº 259:
Me gusta hablar. O mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tangibles, sirenas visibles, sensualidades incorporadas.(…)
 Como todos los grandes enamorados, me place la delicia de la pérdida de mí mismo, cuando el gozo de la entrega se vive de una forma absoluta.

Leed esta magnífica obra y dejaros llevar por un autor tan poco convencional, tan lleno de emociones y, pese a que los descarte, de sueños.

viernes, 31 de octubre de 2014

FERNANDO PESSOA


Fernando Pessoa nació y murió en Lisboa (1888-1935), huérfano de padre a los cinco años, su madre se casó con el cónsul de Portugal en Durban, Sudáfrica, colonia inglesa. Su dominio del inglés fue excepcional al ser educado en esta lengua, quizás por ello se ganó la vida como traductor.

Su imagen exterior varió muy poco con el paso del tiempo, lo más llamativo es la pérdida de cabello que, sin sombrero, lo hace irreconocible. Su sempiterno sombrero, sus gafas ovaladas o redondas, su bigote y, a veces, el cigarrillo entre los labios, componen la imagen más conocida de Pessoa.


Traje oscuro, camisa blanca, chaleco, y corbata o lazo, parece más uniforme de un hombre pacato, corriente y remilgado,  que el de un creador de imaginación portentosa que su dueño retiene dentro de sí, sin exteriorizarse, y que solo permite galopar libremente a través de sus heterónimos con los que  creó otras vidas con una personalidad poética completa que traslucían diferentes cosmovisiones. Uno de ellos fue el autor del Libro del desasosiego, Bernardo Soares, del que dice el propio autor:
(Mi semi-heterónimo Bernardo Soares (…) aparece siempre que estoy cansado o soñoliento, cuando tengo un poco suspensas las cualidades de raciocinio y de inhibición; aquella prosa es un constante devaneo. Es un semi-heterónimo porque no siendo su personalidad la mía, es, no diferente de la mía, sino una simple mutilación de ella. (…) p. 590.


 Influido por doctrinas religiosas como la teosofía y la masonería, permaneció soltero y profesó un nacionalismo místico del que pretendía que fuera abolida la influencia católica (“Todo por la humanidad, nada contra la nación”). La principal obra de Pessoa-él-mismo es Mensagem, una colección de poemas sobre grandes personajes históricos portugueses, su único libro publicado en vida. La excesiva formalidad y control reflejado en esa imagen tan sobria y, quizás la frustración de su solitaria vida y de su escasa atención pública como escritor, encontró la contrapartida del consumo excesivo de alcohol que le provocó una cirrosis que influyó en su muerte a los 47 años.