viernes, 26 de diciembre de 2014

“TOP TEN”: LECTURAS 2014

GERARD RICHTER 

Es posible que el título os lleve a pensar que voy a hacer la lista de Lo mejor del Año al estilo del Top Ten de The New York Times, aunque sin su repercusión ni influencia dada la talla de este espacio. No tengo la intención de elegir los cinco mejores libros de ficción y los cinco de no ficción como hace tan reputado periódico. De hecho, si no recuerdo mal, solo un año, de los que llevo al frente de esta bitácora, he hecho la lista de las mejores lecturas del año, sin embargo me salieron diez autores/as destacadas y no me resistí a utilizar ese título para encabezar esta cavilación sobre mis lecturas del 2014. Este año ha sido especial en cuanto a autores y autoras que he leído y sin pretender recomendar, me atrevo a intentar seducir, persuadir e inclinar a la lectura. 

Nunca imaginé que la lectura de Retrato del artista adolescente de JAMES JOYCE a principios de año me iba a arrastrar a leer toda su narrativa, a falta de la poesía y la obra de teatro Exiliados. Junto con Joyce he desembarcado en otros grandes escritores modernos como MARCEL PROUST, THOMAS MANN, VIRGINIA WOOLF (en este caso relectura de una obra leída casi al completo de veinteañera) o FERNANDO PESSOA. He recalado en el escalofrío de escritores de entreguerras como STEFAN ZWEIG o JOSEPH ROTH (este último descubierto también este año) y en autores que vivieron el otro lado del telón de acero como el checo BOHUMIL HRABAL o la húngara AGOTA KRISTOF. No quiero olvidar, por último, otra relectura y una joya de la literatura: Pedro Páramo de JUAN RULFO. 

Casi todos los autores/as seleccionados podrían haber hablado, y hablan, de política, pero no fue esa su obsesión sino el universo humano y lo que sucede en su interior, todos los avatares que dan sentido e intensidad a la vida. Dice el escritor rumano, Norman Manea, que no cree que la literatura y el arte tengan influencia en los dirigentes políticos, pero que pese a ello la belleza sigue siendo necesaria, nos trae momentos de felicidad, de éxtasis, nos estimula… Incluso es posible que, algunas veces, el arte pueda estimular la solidaridad humana para que se sobreponga a las diferencias, pero es el individuo, ser débil y complicado, quien tiene el potencial para el cambio; en él está la bestialidad y la belleza.

viernes, 19 de diciembre de 2014

FRED UHLMAN, Reencuentro.

Tenía esta obra en mi estantería de libros leídos desde hacía tiempo, tras leer el segundo volumen de Proust busqué una lectura breve y, a poder ser, intensa y pensé en releer Reencuentro. La leí de un trago.


¿Reencuentro con quién? Con un amigo de la adolescencia, en realidad no es reencuentro, es saber qué había sido de él tras muchos años de ignorar su destino. Se trata de una obra breve de 122 páginas en una edición de letra grande que compre en una librería de segunda mano con el nombre, para mí desconocido, de su primer comprador y el año en que la compró, o leyó, 2008.
Fred Uhlman nació en Stuttgart, Alemania, en 1901, murió en Londres en 1985. Estudió Derecho y siendo ya un abogado de ideología socialdemócrata huyó de Alemania en 1933 por su origen judío. Desde esa fecha residió en París, posteriormente pasó a España en 1936 y  conoció a una mujer inglesa, Diana, con la que se casó, instalándose en Londres. Se dedicó a la pintura pero se hizo famoso como escritor, especialmente con Reencuentro (1960), su primera novela.


No estamos ante una novela autobiográfica aunque contiene elementos característicos del género, ya que se basa en la propia vida de Uhlman, como el ambiente del famoso Eberhard-Ludwig Gymnasium, institución de enseñanza media en que transcurre gran parte de Reencuentro y donde se educó Uhlman. Contribuye a esta sensación de autobiografía que el narrador en primera persona es Hans.
 Y así pasaron los días y los meses sin que nadie perturbara nuestra amistad. Desde fuera de nuestro círculo mágico llegaban rumores de conmoción política, pero el ojo de la tormenta estaba lejos: en Berlín, donde, según las informaciones, se producían choques entre nazis y comunistas. Stuttgart parecía el lugar tranquilo y sensato de siempre. Es cierto que de cuando en cuando se producían pequeños incidentes. Aparecían svásticas en las paredes, hostigaban a un ciudadano judío, apaleaban a unos pocos comunistas, pero la vida en general se desarrollaba como de costumbre. Los Höhenrestaurants, la Ópera, los cafés al aire libre estaban abarrotados. Hacía calor, los viñedos estaban cargados de uvas, y los manzanos empezaban a encorvarse bajo el peso de la fruta madura (p. 45).

Hans y Konradin, dos jóvenes de dieciséis años que se conocen en la escuela secundaria, se convierten en amigos inseparables pese a la distancia social que existe entre ellos y algo más. Konradin pertenece a la rica y selecta aristocracia prusiana mientras Hans pertenece a la clase media, su padre es médico, y además es de origen judío. Se conocen en febrero de 1932, año en el que el Partido nazi logró, por sus resultados electorales, llegar finalmente al poder en 1933 cuando Hitler fue nombrado Canciller. El trasfondo histórico de esta amistad es lo suficientemente importante como para que influya de manera decisiva en ella, se produzca el distanciamiento entre ambos y Hans marche de Alemania pocos días antes de la llegada al poder de Hitler, un año después de que conociera a su amigo.
El amor del autor por la región de Württemberg, a la que pertenece el lago de Constanza y la Selva Negra, está presente e ilumina de poesía muchas páginas de Reencuentro.
Esta obra recuerda a Paradero desconocido de Kressmann Taylor aunque sin el dramatismo y la intensidad de esta. Sin embargo es lo suficientemente explícita para comprender cómo el antisemitismo, y el fanatismo en el que se inspiró el nazismo, envenenaron las relaciones personales apasionadas tan propias de la adolescencia.
Una curiosidad: la mención a la Duquesa de Guermantes que aparece en esta obra y también en la obra de Proust que acababa de leer. Esas pasmosas coincidencias que, muchas veces, nos reserva la lectura.


viernes, 5 de diciembre de 2014

MARCEL PROUST, A la sombra de las muchachas en flor. En busca del tiempo perdido II

La lectura de esta monumental obra en siete volúmenes la inicié en el mes de junio pasado con Por la parte de Swann acompañada de Marcelo Z y de Carlos. El ritmo de Marcelo Z ha sido mucho más rápido puesto que ya ha reseñado el cuarto volumen, Sodoma y Gomorra, mientras que Carlos y yo apenas hemos terminado con el segundo volumen.
La labor de la causalidad que acaba surtiendo casi todos los efectos posibles y, por consiguiente, también los que lo eran –según habíamos creído- menos es a veces lenta, retardada un poquito más aún por nuestro deseo, que, al intentar acelerarla, la obstaculiza, por nuestra propia existencia, y no llega a su término hasta que hemos cesado de desear y a veces de vivir (p. 57).

En esta ocasión el título de esta obra está relacionado con el grupo de muchachas que conoce el enfermizo protagonista mientras veranea en el balneario  de Balbec. La novela es algo más extensa que la anterior puesto que tiene 619 páginas.
Este segundo volumen está dividido en dos partes, A propósito de la Sra. Swann y Nombres de países: el nombre, siendo más breve la primera parte, que llega hasta la página 255, que la segunda.


En este volumen el narrador, al igual que en el primero, es omnisciente ya que conoce todo sobre la historia. De esta manera va  exponiendo y comentando las actuaciones de los personajes y los acontecimientos que se van desarrollando en la narración.

En A propósito de la Sra. Swann, Proust enlaza con el anterior volumen y muestra el enamoramiento del doliente Marcel respecto de Gilberte, la hija de los Swann. A través de acontecimientos vividos por los personajes, especialmente del protagonista, el narrador describe, de forma profusa y reiterada, elementos psicológicos de la naturaleza humana, sobre todo aspectos del amor o sobre su pérdida y aprovecha para abundar en los pensamientos más íntimos que, según supone, cruzan por la mente de los personajes principales, sus estados de ánimo y sentimientos. Marcel tiene la fórmula para afrontar el desamor de su amada: fingir indiferencia hacia Gilberte para atraerla. No solo no logrará su objetivo sino que la indiferencia de él acabará siendo una realidad.
La mirada investigadora, ansiosa, exigente que dirigimos a quien amamos, nuestra espera de la palabra que nos infundirá o nos disipará la esperanza de una cita para el día siguiente y –hasta que dicha palabra sea pronunciada- nuestra imaginación alterna –ya que no simultanea- de la alegría y la desesperación hacen que nuestra atención ante la persona amada sea demasiado trémula para que pueda obtener una imagen bien nítida de ella.
Cuando amamos, el amor es demasiado grande para poder mantenerse enteramente dentro de nosotros; irradia hacia la persona amada, encuentra en ella una superficie que lo detiene, lo obliga a volver hacia su punto de partida, y ese choque de retorno de nuestra propia ternura es lo que llamamos los sentimientos del otro y nos encanta más que a la ida, porque no reconocemos que procede de nosotros (p. 79).

Nombres de países: el nombre, transcurre en el balneario de Balbec, Cabourg, a donde acude el protagonista con su abuela para recuperarse de sus dolencias. En ese pequeño cosmos de nobles y burgueses que descansan, de su descansada vida, durante el verano, Marcel conocerá a diversos personajes entre los que destacan las muchachas en flor. Se enamorará de todas, especialmente de una, Albertine. Tiene los primeros contactos con el arte, y el acto creativo, al conocer al pintor Elstir y logra la amistad del joven Saint-Loup (¿ese nombre tiene doble lectura?), lector y estudioso del precedente del anarquismo, Proudhon, y de Nietzsche con el que también se emborracha y divierte algunas noches.


Toda la novela es una reflexión sobre los senderos de la memoria por donde van desfilando recuerdos, momentos vividos, impresiones y también, porque no, posibilidades de un futuro ya sabido por el narrador. Este párrafo, que es más largo y que os recomiendo que leáis en toda su extensión, es extraordinario y por ello deseo resaltarlo. Es, por otra parte, una versión mejorada del pasaje de la famosa magdalena:
(…) los recuerdos amorosos no son una excepción de las leyes generales de la memoria, regidas, a su vez, por las –más generales- de la costumbre. Como ésta lo debilita todo, lo que mejor nos recuerda a una persona es precisamente lo que habíamos olvidado (porque era insignificante y lo habíamos conservado, así, con toda su fuerza). Por eso, la mejor parte de nuestra memoria esta fuera de nosotros, en una ráfaga lluviosa, en el olor a cerrado de una habitación o en el de una primera llamarada, donde quiera que recuperemos de nosotros mismos lo que nuestra inteligencia –por resultarle inútil- había desdeñado, la última reserva del pasado, la mejor, la que, cuando todas nuestras lágrimas parecen agotadas, sabe aún hacernos llorar (p. 260).

Su prosa es delicada, perfeccionista y describe con extrema lentitud y parsimonia cada uno de los acontecimientos de la vida privada de sus personajes, esta cualidad se convierte, a menudo, en una involuntaria desconexión de la lectura causada por el aburrimiento. Esas desatenciones provocadas por el tedio tienen el peligro de que nos pasen inadvertidas reflexiones extraordinarias y brillantes que, como si fueran fogonazos, aparecen aquí y allá.

Hay un cierto trasfondo histórico pero es secundario, Proust nos sitúa en un ambiente social que parece inmune a los cambios económicos propiciados por la II Revolución industrial y el duro colonialismo francés. Nada dice del clima social de represión contra la izquierda, especialmente contra el anarquismo de acción de finales de la centuria, aspectos todos ellos que conducen a la Gran Guerra sin que parezca que sus protagonistas se percaten ni les afecte. Las notas del caso Dreyfus nos revelan que el ambiente en que se mueve Marcel, como la mitad de los franceses de la época, es claramente antisemita y chauvinista, especialmente entre la aristocracia, y nos sitúa con claridad a finales del siglo XIX, momento en el que Proust había superado la treintena mientras que el Marcel de la novela es veinteañero.


El balance de la lectura de este segundo volumen nos pone ante la tesitura de abandonar esta aventura de tamaño colosal, no cerramos la posibilidad a una continuidad posterior pero dejaremos pasar unos meses, eso seguro.