viernes, 28 de agosto de 2015

LUISGÉ MARTÍN, Los amores confiados.

Por más que he buscado en mis libretas no he encontrado una posible recomendación que me llevara a comprar este libro, por tanto, se trata de una novela que adquirí, probablemente hace tiempo, captada por su portada o por algún otro motivo relacionado con el tema. Sé seguro que leí una reseña en el blog de Marilú sobre otra de sus obras, La vida equivocada, y que ese incentivo me llevó a la estantería de pendientes y a descubrir que tenía Los amores confiados. De hecho, cuando comenté en su blog aún no había advertido que tenía esta obra y mostré mi deseo de leer algo suyo.


Al releer el comentario que hice, escribí, al hilo de la reseña, que “la lectura es un idioma, y cuando tenemos la fortuna de compartirlo con un autor o autora y además con más lectores que coinciden en la manera de encontrar esa vaga familiaridad, ¡¡chapeau!! La suerte nos sonríe y las letras bailan con el mismo son y la historia es comprensible hasta en las comas y cada frase nos habla despacio para no hacer ruido...”. Para desdicha mía no ha sido así, pero no adelantemos acontecimientos.

Los amores confiados (2005) es una obra de 298 pág., cuyo título hace referencia a los amores libres de sospecha, justo lo contrario del contenido de esta novela que tiene como tema central el amor y los estragos que puede producir en la vida de las parejas, especialmente si aparecen los celos.

Luisgé Martín (Madrid, 1962) es licenciado en Filología Hispánica por la Complutense de Madrid. Ha trabajado en diversas editoriales y fue asesor de la ministra de cultura Ángeles González-Sinde (vinculada al PSOE). Defensor de los derechos de los homosexuales está casado con Axier Uzkudun.



En los Los amores confiados sorprende un primer capítulo en el que el autor hace una especie de declaración de intenciones, o de gustos literarios y vivenciales, que lo aproximan a la realidad trágica de crímenes extraordinarios, quizás, afirma él mismo, por haber recibido una educación un poco melindrosa (p. 18). Tras hacer referencia a alguno de sus asesinos literarios preferidos, confiesa acumular recortes de diarios con noticias de asesinatos que, sin embargo, no ha usado como inspiración literaria excepto en un caso que tendrá bastante importancia en la novela: el asesinato de una joven en la nochevieja de 1993-1994 a la que el asesino le arrancó los globos oculares.

El narrador se identifica con el autor de la novela hasta el punto de que podemos hablar de una especie de autobiografía en la que el punto de arranque es una relación amorosa en la que su pareja, Diego, acaba deteriorando la relación por celos infundados. Cuando se produce la ruptura, el protagonista se afanó…
…en la tarea de inventar una historia que sirviera para representar literariamente mi vida con él. Quería mostrar, a través de un relato, los estragos que pueden crear en el amor los celos (p. 213).
El narrador-autor encontrará, en la historia de Balbino Carpintero, la historia dramática a la medida de la mía con Diego (p. 257). Al compás de este proyecto hay otras historias con personajes secundarios de interés que se nos desvelarán hacia el final de la novela, como la historia familiar de Markus Magath, finalmente desestimada como historia dramática a la medida de su experiencia amorosa con Diego. 
Aunque los celos son el pilar a partir del cual se mueven los hilos de la historia, hay muchas otras reflexiones entre las que destacaría la curiosidad por comprender como un hombre corriente (…) sin enfermedades mentales graves, puede llegar a convertirse en un asesino (p. 271).
O cómo los sueños siempre son más grandiosos que la verdad a la que sirven (p. 190) y no digamos si estos están afectados por la distorsión del amor y/o de los celos. Y es que como dice Víctor Hugo:
… la única parte de mi alma que puedo gobernar es la de los sueños (p. 241).
Y es posible que ese sea el motivo por el que, tras una tormentosa relación transida por un amor apasionado y unos celos desbaratados, lo único que se rememora de aquellos años era los instantes venturosos (p. 296). Seguramente, como concluye el narrador-autor, porque muchas de las imágenes  recordadas no son por completo verdaderas, pues el tiempo embellece con maquillajes y adornos todo lo que pervive de nosotros. En todo caso, será en la melancólica vejez cuando aparezca el consuelo de los daños y desdichas de un amor así. O no, quizás ni aun en la vejez aparezca el consuelo para un error.


Llegado a este punto final de la reseña, decir   que si la “lectura es un idioma”, no lo he compartido con Luisgé Martín, no se ha producido esa bienaventuranza  de que las letras que leo bailen con el mismo son que las que escribe el autor. La historia me aburrió más allá de la mitad de su extensión por lo que la sintonía de que cada frase nos hable despacio para no hacer ruido y encontremos una familiaridad con el autor no se ha producido hasta el final de la novela. En conclusión, una novela irregular que gana ritmo demasiado tarde para disfrutarla como a mí me gusta.

viernes, 21 de agosto de 2015

ROBERT WALSER, Jacob von Gunten. PLACENTERA RELECTURA

Me cuesta mucho releer pese a que, cuando lo he hecho, el resultado ha sido extraordinariamente positivo e incluso recuerdo en algún caso, La señora Dalloway, que la relectura superó la impresión positiva de la primera lectura. Una se encuentra con los libros por una multitud de circunstancias que no siempre es fácil de explicar. ¿Por qué me he encontrado tan tarde con James Joyce? o ¿Por qué me encontré tan pronto con Virginia Woolf? Y aún se me ocurren otras preguntas, especialmente, ¿cómo es que no uní estos dos nombres que tuvieron sus puntos de contacto? Prefiero no dar muchas vueltas a este tema porque, aun pudiendo llegar a algunas conclusiones, no serían relevantes en mi condición de lectora. Prefiero pensar con Ernesto Sábato (gracias Adriana Alba por este fragmento) que mi encuentro con los libros responde a esta reflexión: 
Nunca supe si se los reconoce porque ya se los buscaba, o se los buscaba porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino.
Algo parecido me ha ocurrido con la mayoría de las personas con las que me he encontrado desde que inicié este espacio de libros. Fue NáN, y alguno de sus comentarios, quien me recordó a Walser y esta novela leída y olvidada. Busqué en mis estanterías y no estaba, no es la primera vez que me ocurre, quizás viajó a otra biblioteca por expreso deseo mío o fue uno de esos libros que no regresaron o que me prestaron a mí. Lo encontré en bolsillo y, de momento, se queda conmigo.



Jacob von Gunten (1909) es una novela breve, 126 páginas, y con un título sencillo que corresponde al protagonista de la novela, un joven que escribe un diario sobre la vida que lleva en una academia con pocos alumnos: el Instituto Benjamenta.

Robert Walser (1878-1956), escritor suizo que, como Jacob von Gunten, dejó pronto la escuela, a los catorce años, para empezar a trabajar en diversos oficios y en muchas ciudades. Solitario y acosado por la depresión fue sobre todo poeta aunque sus novelas, especialmente la que comento, fueron bien valoradas en círculos literarios exigentes, convirtiéndose en un escritor de culto.



¿Quién es Jacob? Un estudiante en la edad de la adolescencia que entró en el Instituto Benjamenta, dirigido por dos hermanos, hombre y mujer, y constituido por un grupo pequeño de alumnos que vivían en el piso de los Benjamenta separados de sus familias. En este centro no parece que aprendan mucho, según el propio Jacob, pero tampoco era necesario puesto que se les preparaba para ser sirvientes con orgullo de hombres de la alta sociedad prusiana. Se les prepara, por tanto, para no ser nadie, los contenidos intelectuales son nulos, el aburrimiento, la indolencia, la memorización de unos pocos textos y, eso sí, muchas normas de comportamiento servil, conforman el programa de estudios de un centro abocado al fracaso y al cierre.

No hay trasfondo histórico pero las anotaciones que hace Jacob en su diario nos dibujan la sociedad prusiana de la época del II Imperio alemán anterior a la Gran Guerra.

Walser construye, a través de Jacob, un monólogo interior, anticipándose a Joyce o a Proust y repasa a través de escenas cotidianas, oníricas y, a veces, surrealistas, a sus compañeros de estudios, a quienes les dedica unos fragmentos bastante lúcidos en que los caracteriza con brevedad y tino: Heinreich, Schacht, Schilinski, Kraus (al que Jacob toma como referente del buen alumno que aprender a servir y del que se ríe), Tremala, Hans, Peter el Larguirucho y Fuchs. También dedica bastante espacio a describir a los dos hermanos, especialmente a la señorita Benjamenta con la que sueña tener sexo.
Jacob reflexiona acerca de su vulgaridad y está seguro de que:
… el día de mañana seré un encantador cero a la izquierda, redondo como una bola. De viejo me veré obligado a servir a jóvenes palurdos jactanciosos y maleducados, o bien pediré limosna, o sucumbiré (p. 10).
Su sentido del humor, bromitas a lo Von Guten, le dice su compañero Kraus, tiñe su monólogo de frases que si te pillan descuidada resultan ser una bofetada en una noche calurosa de verano:
Hay sinceridades que solo sirven para herirnos y aburrirnos (p. 20).
Tener razón vuelve fogosa a la gente, mientras que no tenerla invita a mostrar siempre una placidez orgullosa y frívola (p. 25).
Nuestros ojos contemplan siempre un vacío lleno de ideas, cosa que también prescribe el reglamento. A decir verdad, no deberíamos tener ojos, pues los ojos son curiosos y descarados, y el descaro y la curiosidad son condenables desde casi cualquier perspectiva sana (p. 45).
En esta novela hay más, mucho más de lo que he recogido, pero eso son sorpresas que tendréis que descubrir quienes os animéis a leer esta pequeña-gran obra. Y ahora toca cerrar esta reseña a lo Von Guten:
Un apretón de manos, un adiós… y a la calle. Muy probablemente para no volvernos a ver más. ¡Qué breves son los adioses! Uno quiere decir algo, pero como se le olvida la frase apropiada, no dice nada o bien suelta alguna tontería. Despedir y despedirse es horroroso. Son momentos en los que la vida humana se estremece y uno siente vivamente su propia nada. Las despedidas rápidas son desamoradas; las lentas, insoportables (p. 103).

Si alguien ha vivido alguna de estas despedidas, yo sí, sabrá enseguida de qué le habla Von Guten. Un horror, en efecto.

viernes, 14 de agosto de 2015

CARLOS GONZÁLEZ REIGOSA, Intramundi.

Esta novela es un libro viajero que se mudó de una biblioteca, la de un amigo, a la mía por expreso deseo suyo y para celebrar mi cumpleaños. Es un libro que me trae el calor, el aroma y el poso de una biblioteca que tiene dos espacios en los que se asienta: Castilla y, especialmente, Galicia. Se trata de una historia que he leído despacio pero viajando yo misma, puesto que la inicié en el mediterráneo y la acabé de leer en Madrid.


Intramundi (2002), a lo largo de sus 262 páginas, nos traslada a Galicia, a un lugar que existe y no existe, Tras da Corda, a una época  pasada, pero presente hoy, la II República, la guerra civil y el franquismo. El significado del título está en la propia novela, es el nombre que Doña Escolástica, maestra en el valle durante la dictadura franquista, da a Tras da Corda:
(…) todo lo que ocurría dentro de él era suficiente para llenar la vida de sus habitantes y, a la vez, nada de ello parecía interesar fuera. Debería llamarle Autarquía (…), pero esta palabra, probablemente certera, no le decía nada. Lo que Doña Escolástica veía era un mundo interior que sólo ella, quizá por venir de fuera, era capaz de detectar y de percibir en toda su intensidad. Un Intramundi anclado en sí mismo y ajeno al resto del mundo (pp. 147-148).
Carlos González Reigosa (Lugo, 1948), licenciado en Ciencias Políticas y Ciencias de la Información, es periodista y autor de diversas novelas y relatos cortos. Acostumbra a escribir en gallego y en esta comunidad ganó el Premio Xerais de novela en 1984 por la novela Crimen en Compostela. Así mismo, recibió el Premio Internacional Rodolfo Walsh de literatura testimonial en 1996.


Tengo que reconocer que para mí era un autor totalmente desconocido pese a que sus novelas han sido publicadas en castellano.

Intramundi  está dividido en cuatro partes siguiendo una división cronológica: 1928, final de la dictadura de Primo de Rivera y II República; 1936, guerra civil e inicio del franquismo; 1948, la etapa más dura del totalitarismo y la de mayor penuria económica, y los inicios del desarrollismo; 1966, la etapa tecnocrática del desarrollo económico. El autor procura explicar cómo los cambios que se producían en el país afectaban a una población aislada en la que el poder era del cacique. En ese mundo, aparentemente inmóvil, hay aspectos que sí que incidieron de manera destacada y cambiaron el mundo de Tras da Corda en los cincuenta años por los que transita esta historia.
La Historia que uno merece y la que vive casi nunca tienen que ver (p. 250).
La memoria es el único paraíso del que no nos pueden echar (p. 255).
El autor convierte la construcción de una carretera, que uno de sus habitantes, Ángel Xesto, impulsa como factor de cambio y de apertura al resto del mundo, en el “caballo de troya” contra el inmovilismo representado por el cacique y el cura del pueblo. Sin embargo, la II República con el caudal de ideas innovadoras transformó a algunos de sus habitantes de forma notoria tanto en las relaciones personales como políticas. Sin duda alguna hay algunos personajes significativos alrededor de los que pivota la novela como Ángel Xesto, un hombre honrado, honesto, con la rebeldía cotidiana del que no se incorpora a organizaciones políticas por su individualismo consustancial y cuyo oficio tradicional, zuequero, le permite no depender directamente del segundo personaje relevante, D. Nazario, el cacique que procuraba que no se produjeran cambios en sus dominios. Dolores Teixeiro, compañera de Ángel, que mantiene su opción de mujer libre en un medio tan cerrado como Tras da Corda y Saúl Centeo, socialista, que se echó al monte formando una agrupación del maquis, “Aurora Libre”, y luchando contra el franquismo con las armas, constituyen otros dos personajes de relevancia.
Dios se había equivocado al poner al hombre al frente de tanta maravilla, y quizá algún día pagase muy caro su error. No veía nada menos fiable en toda la creación que el ser humano. De todas las demás criaturas se sabía lo que se podía esperar; del hombre, no. Nunca (p. 195).
La resistencia contra el cambio, los partidarios de éste, las costumbres y tradiciones de un valle hermoso y cerrado que no facilit  los cambios, y los acontecimientos históricos, forman una narración bien hilvanada y unos personajes definidos y con personalidad.
Un paisaje mil veces evocado comenzó a desfilar a su alrededor. El verde oscuro de los bosques, el verdegay de los campos abiertos, el verdiseco de los yermos montañosos, el verdoyo de las hierbas frescas, el verdemar de las rías, el verdeazul de los cielos… (p. 247).
Cuando leí este fragmento con tal variedad de posibilidades del verde, pensé en este fragmento de Cristina Peri Rossi, extraído de El viaje:
(…) los ojos y el alma necesitan el verde para descansar. 
 Y me quedé pensando si, justamente, era ese el motivo que había llevado a mi amigo a regalarme este libro de su biblioteca… ¿Quién sabe?

viernes, 7 de agosto de 2015

ELVIRA NAVARRO, La trabajadora.

No elegí esta novela, fue un regalo de una amiga que pidió consejo en una librería alternativa (por sus actividades culturales asociadas a la librería) que frecuentamos. Fue una mujer veinteañera quien se la recomendó y digo esto porque, quizás, sea relevante ese dato; o no, no lo sé.
La novela es bastante breve, 155 páginas, y su título trata de reflejar, supongo, el modelo de trabajadora actual en precario.


Elvira Navarro (Huelva, 1978) es licenciada en Filosofía y una escritora relativamente novel puesto que esta es su cuarta obra, publicada en el 2014. Es autora de un blog, Periferia, sobre los barrios de Madrid en el que explora los espacios limítrofes y periféricos de la gran ciudad. Algo de ese interés aparece en esta novela.



El tema: dos mujeres jóvenes, bueno una joven y la otra, cuarentañera que parece joven, más por la vida que lleva que por otra cosa. Susana y Elisa, comparten piso por falta de recursos económicos para poder vivir solas. Lugar: Madrid, en concreto Aluche, un barrio de la periferia madrileña (que conocí en circunstancias parecidas a las de ambas protagonistas hace unos cuantos años), una zona limítrofe. Empleos precarios, salud mental precaria. Ambas situaciones vinculadas por la desesperanza.

Todo lo que cuenta sé que es real, sin embargo, yo que soy capaz de creerme que una mujer se enamora de un oso, no me creo la historia que me cuenta Elvira Navarro. Hay algo impostado, algo teatral, que no me ha permitido conectar con nada de lo que me explica, de hecho solo he logrado destacar un párrafo que habla de bibliotecas.

No se trata de que un escritor nos cuente la “realidad”, eso lo hace cualquier periódico o medio de comunicación. Se trata de que elabore una historia llena de vida en la que palpite el aliento y transpire el agobio de la precariedad y la enfermedad mental que puede estar asociada a ella.



Byung-Chul Han  en La sociedad del cansancio, parte de la idea de que toda época tiene sus enfermedades emblemáticas y la actual es la neuronal (con enfermedades como la depresión, el trastorno  por déficit de atención con hiperactividad –TDAH-, el trastorno límite de la personalidad –TLP- o el síndrome de desgaste ocupacional –SDO-). Estas enfermedades no son infecciones, son infartos ocasionados por un exceso de positividad. Desaparece la otredad y la extrañeza propia de la etapa viral e inmunológica y es sustituida por la diferencia que no produce ninguna reacción inmunitaria ya que el paradigma inmunitario no es compatible con el proceso de globalización y de hibridación. La desaparición de la otredad significa que vivimos en un tiempo pobre de negatividad, aunque la violencia puede aparecer también de lo idéntico. Lo idéntico no conduce a la formación de anticuerpos ya que en un sistema dominado por lo idéntico no tiene sentido fortalecer las defensas del organismo. La violencia de la positividad, que resulta de la la superproducción, el superrendimiento o la supercomunicación, no es “viral”; el agotamiento, la fatiga y la asfixia ante la sobreabundancia tampoco son reacciones inmunológicas  porque carecen de negatividad. La violencia de la positividad no es privativa, sino saturativa; no es exclusiva, sino exhaustiva. Por ello, es inaccesible a una percepción inmediata. La violencia neuronal no parte de una negatividad extraña al sistema, más bien es sistémica, es decir, consiste en una violencia inmanente al sistema.


Lo que cuenta Navarro está contado ya en otros ámbitos, a ella le tocaba construir una historia y, desde mi punto de vista, no lo logra, así que todo es un discurrir errático, sin emoción y sin verdad.