viernes, 22 de enero de 2016

LYDIE SALVAYRE, No llorar.

Me dejé llevar por la recomendación de un amigo en el que confío por sus lecturas de contenido social y político, pero que nunca me había recomendado una novela. Cuando vi de qué iba la novela pensé:

¿Una nueva novela sobre la guerra civil española?

Sí, es una novela sobre la guerra civil, en especial el verano de 1936. Sin embargo la perspectiva me parece, por muchos motivos,  original puesto que la autora misma, como narradora en primera persona, reconoce que no había sentido nunca el deseo de revolcarme (literariamente) en las remembranzas maternas de la guerra civil…, pero que se dio cuenta que, de alguna manera, había llegado el momento de plantearme ese paréntesis libertario que concibe también como paréntesis literario que no tuvo equivalente en Europa. Ese paréntesis fue durante mucho tiempo ignorado, dice la autora, ocultado por intelectuales españoles y franceses, por el presidente Azaña, que negándola esperaba recibir el apoyo de las democracias occidentales. Negada también por Franco que redujo la guerra civil a un enfrentamiento entre la España católica y el comunismo ateo (81).


Sí, la autora habla de esa revolución inspirada en el anarquismo, única en el mundo, que despertó en muchas personas que vivían de su trabajo, como Montse (la madre de la autora), una pura fascinación. Esa fascinación incluyó a escritores como Simone Weil, Gaston Leval, Albert Camus o George Orwell que vinieron a España a involucrarse en la posibilidad de una revolución libertaria. Orwell recogió esas ilusiones y ese compromiso en su excelente Homenaje a Cataluña, en la que describe el bullicio anarquista que se vivía en Barcelona y la borrachera de libertad de los primeros meses de la guerra civil, justamente de los que habla la autora en No llorar. Simone Weil manifestó su simpatía hacia Georges Bernanos, con un gran protagonismo en esta novela, porque el autor, en las antípodas de sus ideas, había sabido sumergirse en la atmósfera de la guerra civil y supo resistirse a ella.

La autora y más originalidades

La autora Lydie Arjona, nacida en Francia en 1948, de padre y madre españoles, exiliados por ser de izquierdas en el país vecino, escribe una obra en frañol, un híbrido de francés y español que es lo que hablaba su madre y tantos otras personas exiliadas en el sur de Francia, una lengua llena de incorrecciones, barbarismos, neologismos y confusiones, además de muchas palabras en español (que en el libro se señalan en negrita puesto que son palabras que aparecían en español en el original). Tantas palabras en español no gustaron al presidente del jurado del premio Goncourt, el crítico literario Bernard Pivot, que pese a ello la consideró como una novela de calidad y escritura muy original. La autora logró el premio en 2014.


La novela tiene varias voces narradoras: la voz principal, Montse, que recuerda ya con 90 años su verano glorioso del 36 en 2011, la de la autora, y la de Georges Bernanos. Lydie Salvayre orquesta, con ironía y emoción tierna hacia su madre, una gran diversidad de registros, una especie de polifonía entre lo vulgar y lo sublime que son el resultado de su doble cultura. Destaca, en este sentido, la incorporación en el relato de información sobre el trasfondo histórico, por ejemplo, “La pequeña lección de depuración nacional” (75-81), que repasa los discursos de la práctica de la depuración, los delatores, los comités, los métodos, las fases, el refinamiento y el perfeccionamiento de la depuración.

La novela

La autora enfrenta la historia de Montse, que vivió la revolución libertaria los primeros días de la guerra civil, con la del escritor Georges Bernanos, monárquico, de derechas y católico que estaba en Mallorca el verano del 36. Por sus ideas apoyó al bando insurrecto, incluso su hijo entró en Falange, pero al conocer las atrocidades cometidas por el bando nacional con el visto bueno de la Iglesia católica, renegó de su postura inicial, tal y como describió en su ensayo Los grandes cementerios bajo la luna, que Simone Weil tanto admiró.
La Iglesia española ha dado a conocer con la guerra su rostro horripilante (107).
Los recuerdos de Montse se van desgranando con la autenticidad de las fuentes orales y alrededor siempre de una copita de anís.
Un anís, querida Lidia. En los tiempos que corren, es una precaución que no está, digamos, de más (213).
Así cierra su hija la novela, un cierre que implica un llamamiento respecto a que las palabras que se han recogido no son solo pasado sino presente. Y es que la historia no se repite nunca pero las actitudes de las personas, sí.
El verano radiante de su madre, que tuvo que pagar duramente con el exilio y un marido estalinista al que no amaba, se va contraponiendo al año lúgubre de Bernanos, cuyo recuerdo quedó hincado en su memoria como una navaja que le abría los ojos (213). Dos escenas de una misma historia, dos experiencias y dos visiones que confluyen sorprendentemente. No esperemos dos visiones, una de cada bando, porque no es tan fácil ni previsible esta historia.

Mi párrafo favorito trata de Josep, el hermano de Montse, y de su utopía libertaria (190-191).

Luego su fe fue tambaleándose poco a poco. Se desencantó. O más exactamente atravesó un periodo en el que ni pudo creer del todo en su sueño, ni renunciar del todo a él.(…)Ese soñador definitivo que había perdido definitivamente su sueño se hundió en una pena que era la pena por su rebeldía, la pena por su infancia y la pena por su inocencia.
Una conclusión

El exilio supuso para Montse aprender una nueva lengua, nuevos hábitos de vida y de comportamiento, y especialmente NO LLORAR.

Merece la pena su lectura aunque encontré un cierto desequilibrio de calidad entre la primera y la segunda parte de la novela. 

viernes, 15 de enero de 2016

HERBJORG WASSMO, La casa del mirador ciego.


 Alexander Kan 

Este libro tiene una historia tras de sí

Cuando leí sobre la autora en el blog de Agnieszka, busqué en las lecturas pendientes a ver si había algo sobre ella, comprobé que no y decidí comprar Un espíritu rebelde o también titulado El libro de Dina. Días después buscando otro libro en las estanterías de libros leídos, me encontré con La casa del mirador ciego. Mi sorpresa fue mayúscula porque no recordaba haberlo leído. Tengo la costumbre, al acabar de leer un libro, de poner en la hoja inicial mi nombre, el mes y el año en que lo he leído, eso me facilita encontrar la referencia en mi libreta. Inmediatamente fui a mirar esa clave que me facilitaría encontrarlo y recordarlo. Pero encontré otro nombre, el de una de las amigas con la que intercambiamos algunas lecturas. ¡¡Qué vergüenza!! Odio que no me devuelvan los libros que presto en un tiempo razonable y ese llevaba en mi estantería traspapelado, probablemente, dos años. Enseguida le envié un WhatsApp para disculparme y decirle que tenía su libro y, encima, sin leer. Mi amiga me dijo que cada libro tiene su momento y su ritmo. Bien, sí, es algo que yo repito mucho, pero no sé si este caso encajaba en ese mantra que repito con convicción. Me alegra que sea el primer libro que he acabado de leer en 2016.



¿Una historia sobre una niña maltratada? ¿No es un tema muy manido en la literatura y en el cine?

Lo es, es uno de esos temas universales que puede quedarse en una novela más o puede darle un giro nuevo, en este caso es la manera de contarlo de Wassmo que narra  de forma directa, la descripción de las emociones se acerca más a los versos que a la narración, construye imágenes y metáforas llenas de vida que encojen el estómago en más de una ocasión. Además parece un thriller, el suspense te atrapa, especialmente en la parte final de la novela.

¿Datos que te pueden interesar?

La casa del mirador ciego (1981) fue traducido en 2010 y es el primer volumen de la Trilogía de Tora, con 282 páginas. El título es una referencia a la casa en la que vive Tora, la protagonista de la historia, y la mayor parte de los personajes. El Hormiguero, así es llamado este edificio construido en torno al cambio de siglo que conservaba vestigios de antiguo orgullo y desvarío humano (29). Y es que al Hormiguero…
…llegaban los desposeídos, aquellos que arrastraban lastres pesados y eran pobres en bienes terrenales. Alguno era incluso pobre de espíritu (29).
En esa casa de tres pisos y un sótano había un viejo mirador de cristaleras, que había ido perdiendo los cristales por el viento del sudoeste y allí fue donde los hombres habían clavado pedazos de tablas y tableros para dejar fuera el clima y el viento (31).


La autora

Herbjorg Wassmo (1942) nació en Vesteralen, un archipiélago localizado en aguas del mar de Noruega, al norte de las islas Lofoten,  el lugar en el que transcurre la historia de Tora. Trabajó como profesora en el norte del país y escribió su primera novela, La casa del mirador ciego, con 39 años. El éxito de esta primera novela fue considerable y su dedicación a la escritura la ha convertido en una de las narradoras más importantes de los países nórdicos.

¿No será una novela demasiado intensa, demasiado intimista?

El tono es intimista, pero suceden cosas, da pinceladas interesantes del trasfondo histórico pese a que la isla parece una cáscara de nuez navegando en el agitado mar de Noruega.
Destacaría varios aspectos: en primer lugar narra una niña que inicia la adolescencia, desde su microcosmos de soledad. Tora desconoce su origen, es la hija de Ingrid y un alemán durante la ocupación de Noruega que murió. Y cuando lo conoce trasforma la vergüenza en un recurso para huir de otra vergüenza, la peligrosidad. Su soledad se incrementa al vivir  en una pequeña localidad, donde todo el mundo se conoce, que forma parte de las islas del norte con un invierno muy crudo y largo.
Tora era un caracol en medio del camino de carros, así que no cabía más que esperar que no llegara ninguna carreta (197).
Tora enternece, Tora inspira amor, Tora aprende a no estar cuando la peligrosidad se acerca, cuando la miran mal por ser hija de un alemán, cuando algo le duele…
Hasta ese momento, Tora no se había dado cuenta de que estaba llorando por dentro. Un llano hueco y doloroso como el de un deseo hecho jirones (12).
Es una novela intensa que por momentos te encoje la boca del estómago.

Tora tiene antenas muy finas y sensibles para encontrar a su alrededor personas en las que apoyarse, su tía Rakel y su marido Simon, Gunn, la maestra, su amigo Frits y Randi, su madre, y también su amiga Sol.
Viven en el Hormiguero, esa vivienda que conoció tiempos mejores y que acaba habitada por familias pobres. Llama la atención la miseria en la que vivían la mayor parte de las familias que habitaban la isla, con trabajos relacionados con la pesca y siempre precarios, huertos comunales de donde sacaban las patatas, el alimento principal de sus habitantes, ropa y calzado de mala calidad para afrontar el frío, en fin, nada que ver con la imagen de abundancia que tenemos de la población de los países nórdicos. La historia está situada diez años después de acabada la II Guerra Mundial.

Mi párrafo favorito tiene que ver con la salvación de la lectura:
Cuando Tora leía, se le pasaban casi todos los males. Era como salir desde Storholmen y los pilares del muelle y remar hasta mar abierto. Tenía la impresión de que las islas a lo lejos venían a su encuentro, deslizándose sobre el ancho lomo verde del mar, parecían querer cogerla, domarla, llevársela con ellas. Y constituían un movimiento eterno que era pesado y ligero al mismo tiempo. Olas poderosas y chatas que no tenían principio ni final, que simplemente se mecían en su propio ritmo infinito. Una y otra vez (222-223).
Una decisión…

Me ha gustado tanto como para comprarme el segundo tomo de la trilogía La habitación muda.

viernes, 8 de enero de 2016

AMOS OZ, Una historia de amor y oscuridad.

Hace unas horas que he acabado de leer esta obra y todavía floto en esa sensación de complacencia y bienestar que me transmite una lectura que reúne todo aquello que explica mi devoción por los libros, a saber: placer mientras lo he leído por estar bien narrado, interés por lo que me explica, reflexión e interrogantes, ganas de saber más mientras la leo y tristeza cuando cierro la última página porque me quedo con las ganas de saber más. Y eso tiene mérito teniendo en cuenta que Una historia de amor y oscuridad tiene 775 páginas de una edición de bolsillo de letra pequeña. Confieso que cuando me decidí a leerla no era un buen momento para encarar una obra tan larga (por motivos laborales), sin embargo su lectura ha sido como un encuentro inesperado que te ilumina zonas oscuras que siempre había tenido respecto a ciertos temas y un lugar de encuentro conmigo misma: 
Pero cuando la casa estaba realmente ordenada (...), entonces mi madre se acurrucaba en su rincón y leía. Relajada, respirando despacio y suavemente, se sentaba en el sofá y leía. Metía los pies descalzos debajo de las piernas y leía. La espalda encorvada, el cuello inclinado, los hombros caídos, con todo su cuerpo semejante a una media luna y leía. La cara cubierta a medias por la cortina de pelo negro que caía sobre la página, y leía (406). 
Conocía la existencia de Amos Oz pero nunca había leído ninguna de sus obras, fue la aparición de una reseña en la prensa sobre su última novela, Judas, la que me convenció de que había llegado el momento de leer a esta autor. Sin embargo no he comenzado por su última obra sino por esta otra que fue publicada en 2002. 


Amos Oz (1939) nació en Jerusalén, se licenció en filosofía y literatura en la Universidad de su ciudad natal. Durante veinticinco años vivió en el kibutz Hulda, donde era profesor de instituto. Desde 1987 es profesor de literatura hebrea en la Universidad Ben-Gurión del Néguev. Además de novela ha escrito ensayos y artículos periodísticos y desde 1967 ha dejado clara su posición de reconocimiento mutuo con el pueblo palestino y la mutua coexistencia pacífica. 

Una historia de amor y oscuridad es una novela autobiográfica y, como la vida misma, se mueve entre la luz y la oscuridad, entre el amor y las emociones más oscuras. Toda la narración es un juego, o una encarnizada lucha, entre la luz y todo aquello que pugna por impregnar la vida de negrura y oscuridad. Había oscuridad en la pequeña vivienda del sótano en la que vivía con su familia, Fania y Lonia, los padres de Amos, oscuridad cuando estalla la guerra de la independencia al ser reconocido el Estado de Israel (1948), oscuridad por la enfermedad de la madre, oscuridad en los alrededores desiertos del kibutz, oscuridad en el rechazo hacia el padre, que siente Amos, cuando muere y oscuridad en su adolescencia solitaria. 


Amos Oz nos cuenta de dónde viene y sugiere hacia dónde va. El relato de este escritor judío es la historia de una parte de Europa, su familia materna procedía de Rivne (o Rovno en ruso) en Ucrania, su familia paterna de Vilna (Lituania) y Odesa. Convencidos sionistas tomaron la decisión de emigrar a Jerusalén bajo mandato británico en 1933 y por ello salvaron la vida del genocidio que les tocó vivir a quienes se quedaron. El relato de la personalidad de sus abuelos y abuelas nos va aportando las peculiaridades personales y las costumbres de personas que se sentían intensamente europeas:
(…) mi tío David (…) Era un europeo convencido en una época en que nadie en Europa era europeo, salvo los miembros de mi familia y otros judíos semejantes a ellos. Los demás eran paneslavistas, pangermanistas, o simplemente patriotas lituanos, búlgaros, irlandeses, eslovacos (105). 
No solo eran eurófilos, eran personas cultas que leían, investigaban, escribían, compartían opiniones en los cafés y hablaban muchas lenguas, el padre de Oz podía leer en dieciséis idiomas y hablar en once, su madre hablaba cuatro o cinco y leía en siete u ocho, la primera Universidad fundada en Israel tenía verdaderos problemas para elegir a sus profesores por la abundancia que había entre los refugiados de media Europa que emigraron al nuevo estado.
Lo único abundante en casa eran los libros: había libros de pared a pared, en el pasillo, en la cocina, en la entrada, en los alféizares de las ventanas, en todas partes. Miles de libros en cada rincón de la casa (36). 
Comprenderéis que este ha sido uno de los motivos por los que me he movido, por las páginas de esta obra, con placer. Los libros, las bibliotecas, hemerotecas y librerías pueblan su narración al igual que autores y títulos de obras que Amos Oz leía de niño, de joven y de adulto. 
No había ningún cuadro, ninguna maceta, ningún adorno. Solo libros y más libros y silencio en toda la habitación, y ese maravilloso olor denso, un olor a pastas de piel, papel amarillento y algo de moho, y una especie de extraño olor a algas, a añeja cola de encuadernar y a sabiduría, secretos y polvo (80). 
Mi interés no ha quedado solo en esta atmósfera intelectual en la que los libros resultaban protagonistas de la vida de la familia de Amos, sino que su carácter de autobiografía me ha resultado otro motivo de disfrute. Su manera de entender la autobiografía no tiene nada que ver con la confesión, por tanto descarta como malos lectores a aquellos que quieren saber al instante “qué pasó realmente”. Ese lector perezoso, sociológico, cotilla y mirón, que no se acerque a esta obra porque el autor no le facilitará la lección moral o su ideología, mucho menos sus intimidades más personales. El que quiera husmear en la vida del autor no se encontrará, probablemente, satisfecho con esta lectura, quien esté dispuesto en el terreno entre lo escrito y el lector, disfrutará a lo grande (estas reflexiones sobre la autobiografía se encuentran entre las páginas 49-55): 
Y tú, no preguntes: “¿Son hechos reales? ¿Es lo que le pasa al autor?”. Pregúntate a ti mismo. Por tus propias circunstancias. Y la respuesta puedes guardártela para ti (55). 
Al pequeño Amos le interesaba todo aquello que se construía con palabras y de ese modo era capaz de dejar a un lado la pobreza del barrio de Kerem Abraham en el que vivió en Jerusalén, los patios azotados por el sofocante calor, la enfermedad de su madre, su soledad, las normas rígidas con que trataban de educarlo y vagar, perdido, sonámbulo, por aquellos bosques virtuales, por aquellos bosques de palabras, cabañas de palabras, prados de palabras (217). La vida en el sótano entre la madre y el padre, la multitud de libros y la nostalgia de Rovno y Vilna, acabó siendo asfixiante y Amos la rompió con quince años cambiando de apellido y marchando a un kibutz. 

La fundación de Israel, la guerra de la independencia, David Ben Gurion, Menahem Begin, el comunismo de los judíos de mitteleuropa, las comunas-kibutz, el rechazo del diaspórico pisoteado en favor del hebreo viril y tantos aspectos más que me han sorprendido y me han llevado a indagar más en ellos. Interrogantes y pensamientos que se desanclan de los tópicos vetustos, reflexiones que se hacen más y más complejas cuando se vinculan con otras lecturas, posibilidades infinitas. Y para acabar, otra imagen en la que me reconozco con sorpresa: 
Escuchaba con atención las conversaciones pero, al mismo tiempo, mientras una sutil y benevolente sonrisa se dibujaba involuntariamente en sus labios, se pasaba todo el rato observando a quien estaba hablando, mirándole los labios, el movimiento de las arrugas en su cara, lo que hacían sus manos, lo que decía su cuerpo y lo que intentaba ocultar, adonde se dirigían sus ojos, cuándo cambiaba ligeramente de posición en la silla y si sus pies estaban tranquilos o nerviosos dentro de los zapatos (405). 
Una obra muy recomendable.

viernes, 1 de enero de 2016

FERNANDO PESSOA, La educación del estoico

El Barón de Teive, uno de los heterónimos de Pessoa, nunca salió a la luz hasta este libro publicado en 2005. Sin embargo Pessoa expresó muchas cosas a través de este hidalgo, en especial para explicar los motivos por los que no escribió todas las obras literarias que quería. Por otro lado, y sirva a modo de explicación del título, el Barón soportaba el dolor, que le causaba la vida, estoicamente, no intentaba dar lecciones, o en todo caso éstas eran negativas.
Pessoa utiliza al Barón de Teive, como a todos sus heterónimos, para redimirse de una vida que no soportaba. Escribe frases sueltas, palabras que iluminan la esencia de la vida pero que se pueden perder por no estar unidas, cosidas, como él decía. Son incomprensibles sin el texto que nunca se escribió, son incomprensibles en sí mismas.


Pessoa, a través del hidalgo, afirma que es la autoexigencia de perfección, de precisión, la causa del abandono de esa labor meticulosa de cosido. Más vale soñar que ser. ¡Es tan fácil verlo todo conseguido en el sueño!
Y aunque las pequeñas emociones hicieron surgir mil ideas juntas, de tantas, no podía ni acordarme de cuándo las tuve, y menos cuando ya las había perdido (18). 
(…) Aún me atormenta perder una idea, que se me escape de la memoria una frase pendiente de escribir, no retener un punto de vista. Sé muy bien que muchas veces no conseguiría dar un cuerpo real a esos esbozos. Pero existen unos celos de mí mismo, una avaricia  de lo abstracto, y he notado que la avaricia y el espíritu de venganza, tal vez por ser dos formas de mezquindad, tienen parentesco y sangre comunes (17).
Señala Richard Zenith en un texto interpretativo de este hidalgo tan peculiar que “Teive adoptó el aspecto más peligroso de su creador: la razón sin freno” (77), conducta imposible en la vida que puede llevar, como en este caso, al suicidio. El pensamiento no puede enfrentarse a las emociones y la razón de quien no admite que no la tiene, o sea, el orgullo, unido a la racionalidad, resultan fatalmente unidas.
No hay mayor tragedia que tener la misma intensidad, en una misma alma o en un hombre, del sentimiento intelectual y del sentimiento moral. (…) No fue el exceso de una cualidad, sino el exceso de dos, lo que me mató en vida (…).Mi orgullo nunca soportó que compitiera con otros, con el pavoroso añadido de la posibilidad de la derrota. (…) un orgullo desbordante y sanguinario, que ningún esfuerzo desesperado de mi inteligencia puede contener ni apaciguar. Siempre me aparté del mundo y de la vida, y el embate de cualquiera de sus elementos siempre me hirió como un insulto a media voz, la rebelión súbita de un lacayo universal (14-15).

Y concluyo con la misma inquietante sensación que el Barón de Teive, no haber sido capaz de hilvanar el conjunto de emociones, pequeñas algunas y otras mayores, que la lectura de estos fragmentos de Pessoa me han provocado.
 Ha caído sobre nosotros la más profunda y mortal de las sequías de los siglos: la del conocimiento íntimo de la vacuidad de todos los esfuerzos y de la vanidad de todos los propósitos (11).
Deseo, ya que no pude dejar de mí una sucesión de bellas mentiras, dejar lo poco de verdad que la mentira de todo nos permite suponer que podemos decir (12).